domingo, 14 de diciembre de 2008

Viajar en un seat 600

El otro día tuve la oportunidad de vivir una experiencia inolvidable. Pude sentir en primera persona la pasión que despierta el Seat Seiscientos, un verdadero mito y símbolo de una época de España. El Seiscientos es mucho más que un automóvil; mucho más que un coche clásico: es una manera de leer la sociología de más de 30 años de la historia de nuestro país. Además de este carácter legendario y simbólico, me interesa entender la psicología y la antropología de quienes dedican gran parte de su tiempo y de su dinero a restaurarlos, conservarlos, conducirlos, enseñarlos y vivirlos.

Aunque tanto los tuneros como los conservadores del 600 sienten pasión por el automóvil, hay una tremenda diferencia entre ellos. Mientras el tunning pretende personalizar el coche -qué contradicción ¿no?- a través de piezas y recambios exclusivos, los apasionados por los coches de época buscan "cochizar el coche", que recupere su estilo propio, y en este gesto de reconstrucción de la estética del coche antiguo emerge la personalidad del individuo, pero no antes.
Mientras el tunero mira al futuro, con neones, leds, metacrilatos, cromados y niquelados, el amante del coche de época rebusca en el pasado, en desguaces y subastas, en busca de piezas y recambios originalísimos, para recuperar la identidad, el lustre y el brío que un determinado modelo de una marca tuvieron algún día.

De hecho, las conversaciones giraban en torno a cómo un determinado propietario consigue o no restaurar íntegramente el estado de su 600. Se juzga su trabajo y su minuciosidad, en función de si ha sido capaz de conseguir los recambios originales que hagan que su coche recupere el lustre que un día tuvo. Las críticas suelen ser demoledoras: "este faro no es de este modelo"; "cómo habrá cometido este error de principiante"; "acaba de empezar en esto y se nota";  "el paragolpes del 600 de antes del 65' era de bordes rectos y no redondeados"; "las bisagras necesitan arreglarse", "no sé como hace que tenga tanto reprís" "yo no le hubiera puesto esta antena", etc.

En definitiva, he vivido una experiencia para viajar en el tiempo y poder conocer un poco más lo fascinante de la gente a través de esta pasión y afición tan peculiar como amar a los seiscientos. He aprendido que quienes se sienten atraídos por los seiscientos tienen un perfil muy diferente a los amantes, por ejemplo, del Mini o del Bettle: incluso hay algo de rivalidad. Los amantes del 600 buscan emociones slow, el paseo tranquilo y rememorar y homenajear un momento de nuestra historia. Los fanáticos de los Mini de época, por el contrario, quieren emociones más fuertes, más movimiento, más velocidad; la nostalgia, que es menor, no es tanto hacia una época o país como a una mecánica y a una marca.

Yo recuerdo mis viajes en familia en un Renault Gordini color crema; años más tarde, en un Renault 8. Pero esto es otra historia






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