viernes, 29 de agosto de 2008

BUENA SUERTE EN CHILOÉ

Lo que voy a contar no tiene que ver tanto con los detalles concretos de mi viaje a Chile como con el sentido del Viajar, con mayúsculas. Tiene que ver con la lección que he extraído de esta increíble experiencia de viajar fluido, dejando que la suerte me susurre el rumbo; tiene que ver con la capacidad que tenemos todos de escucharlo y de trazarnos un camino de buena suerte. La combinación de suerte y de buena suerte son, en definitiva, el azar y lo que decidimos o elegimos, que en todo momento perfila nuestra vida (podéis leer el libro "la buena suerte", de Trías de Bes).

Acabo de regresar de Chile. Viajé en julio para impartir mi curso de doctorado "las marcas en sociedad", en una importante universidad de Santiago y para recorrer después este impresionante país durante agosto. Los alumnos del curso, profesionales y docentes de diferentes países con ganas de investigar y de ser doctores; las clases especialmente productivas. En mi primera semana coincidí con Inma, profesora de universidad, quien también impartío un curso. Creo que a Inma le hubiera gustado conocer Chiloé pero su apretada agenda no se lo permitió. José Pedro, responsable del doctorado y amigo, me trató exquisitamente en Santiago. Con Paty, su pareja, salíamos a cenar a restaurantes de buena comida chilena y a beber un buen Carmenère.

La capital, Puerto Montt, región de los lagos y sobre todo el archipiélago de Chiloé (lugar de gaviotas) han sido mis otros lugares en éste mi primer viaje a Chile.

Acostumbrado a moverme en aviones, trenes y coche, me he reencontrado con buses, micros y colectivos (taxis compartidos), mucho más ágiles y terrenales. Acostumbrado a alojarme en hoteles, he dormido en cabañas, pensiones y hostales a pie de calle, bien cerca de la gente. Apenas planifiqué mi ruta o, mejor dicho, planifiqué que sería el azar quien en esta ocasión trazaría mi rumbo.

Acepté la primera invitación que amablemente me hizo la primera persona que el destino puso en mi camino, en el asiento de al lado, en el avión en el que crucé el Atlántico. Él, capitán de la armada chilena, tras una larga conversación y después de entablar amistad, me comentó la posibilidad de alojarme en unas cabañas en Puerto Montt, si yo decidía ir al sur, al lugar de los huilliches (gente del sur, en el idioma mapudungun). En absoluto descarté su invitación porque supe que era sincera...y además, era el primer ofrecimiento que el destino me hacía.

Una semana más tarde fluía hacia el sur y recorría los más de mil kilómetros que separan Santiago de "la ciudad del salmón". Sólo tenía que recordar su número de teléfono y un nombre, Chinquihue, lugar donde la armada chilena tiene un muelle naval en el que atracan corbetas y patrulleras. Allá me alojé durante una semana.

¡Yo que vine a Chile como profesor, acabé una semana más tarde en una cabaña en un muelle naval de la armada chilena! ¡cosas de la suerte…y de la buena suerte!

Conocí Frutillar, Puerto Varas y el lago Llanquihue, un espectacular lugar que a mediados del siglo XIX fue repoblado por cerca de doscientas familias de origen alemán. Raúl, un alumno de mi doctorado en Santiago y su amable familia, que viven en Puerto Montt, me acompañaron. Conocí los Saltos del Petrohue, la laguna verde y el volcán Osorno, una zona cerca de la cordillera andina y a pocas horas de la argentina Bariloche.

Días después decidí cruzar el canal de Chacao en un transbordador y recorrer la isla grande de Chiloé. En coche y durante varios días estuve en Ancud, Cucao, Chonchi, Queilen, Quellón, Castro, Dalcahue, Curaco de Vélez, Achao...

En el balanceo de un columpio de Achao que mira al mar conocí a Iria, una encantadora española de ojos azules, con la que estuve toda una tarde charlando en un bar de la costanera y a la que acompañé en mi coche hasta Ancud. Me sugirió el hostal San Sebastián, donde ella y su "pololo" llevaban alojados cerca de una semana.

Y me sumé sin pensarlo...La señora Mari, quien regenta el hostal con un trato familiar, nos preparaba las comidas, charlaba con nosotros y nos aconsejaba qué visitar. Tal fue su poder de convicción que cambié de planes: retrasase una semana mi regreso a Santiago. La idea era seguir alojado en el San Sebastián y desde Ancud seguir disfrutando de Chiloé. Antes volví a las cabañas de la marina, en Puerto Montt, a saldar mi deuda, a recoger mi equipaje y a despedirme personalmente del capitán de la armada chilena.

Aunque una mirada curiosa y una decidida pregunta cambiarían no mi rumbo pero sí mi plan. Cuando abandonaba mi cabaña detuve la vista hacia aquellos buques militares que todas las mañanas oía zarpar bien temprano y me pregunté si acaso no habría sido posible subirme a bordo de uno de ellos y recorrer el litoral. Me pregunté ¿por qué no?…y pregunté a un militar y él me habló del Cirujano Videla, el barco de la armada chilena que recorre las islas del archipiélago de Chiloé con un equipo médico a bordo y que va atendiendo a niños y ancianos. El 74, el Videla, navega entre canales rumbo a islotes aislados, donde casi nadie llega. Una utópica idea que gracias a un ¿por qué no? cobró vida en un instante; dicho y hecho, en unos cuantos minutos tenía todo preparado para embarcar.

¡Yo que vine a Chile como profesor y que una semana más tarde me alojaba en una cabaña en un muelle naval de la armada chilena, iba a navegar en un buque militar por los caneles chilotes! ¡cosas de la suerte…y de la buena suerte!

Me hice con equipaje para la ocasión, que incluía caramelos para los niños, y me embarqué por la noche con el resto del equipo. Navegamos unas diez horas hasta llegar al corazón de los canales del archipiélago de Chiloé.

Me faltan palabras para contar esta experiencia por el sur. Me faltan palabras para expresar cuánto me llevo de esta aventura tan marcada por el mar. Chiloé es sur y el sur es mar.

Durante una semana he aprendido cómo la vocación de servir y de ayudar a los más vulnerables es el verdadero motor del Videla. He visto cómo trabajan en equipo, militares y médicos, con la misma misión.  He escuchado cómo se volcaron para socorrer a las gentes de Chaitén cuando hace unos meses su volcán despertó con furia y convirtió la vida tranquila del pueblo en un infierno. He aprendido a convivir y a ser uno más en un espacio tan peculiar como un buque de la armada. He hablado con soltura de nudos y millas: todo un éxito.

He tenido la oportunidad de conocer el paisaje y el paisanaje chilotes. He convivido con la "gente de la tierra", que es la traducción literal de mapuche, el indígena del sur de Chile. He conocido algunas de sus ancestrales costumbres y ritos. 

He tenido el privilegio de pisar islas recónditas del sur austral de belleza inigualable, donde me he mezclado con gentes humildes y repletas de bondad e inocencia que viven de los frutos de su trabajo, de la tierra, de los bosques y maderas y sobre todo del mar. He comprobado que su modo de vida, sencillo y simple, es motivo de envidia hoy día en la "desarrollada" sociedad occidental: una casita de madera junto al mar entre frondosos árboles, animales domésticos y de granja, un pequeño huerto y fuertes lazos familiares en torno al calor del fuego... Y todo ello sin prisas, con un tempo bien sano en el vivir. Hablar de "ritmo" de vida sería un atrevimiento. Todavía permanecen ajenos al estrés y, por supuesto, al consumismo.

La magia y la atracción de Chiloé residen en que allá se tambalea nuestra concepción del espacio y del tiempo y en que siempre estamos cerca, muy cerca, de los cuatro elementos: aire, tierra, fuego y, sobre todo, agua...Quizás demasiada agua en forma de lluvia para alguien que viene del mediterráneo!

He conocido a Brando, un niño increíblemente inteligente, astuto y vivaracho de Alqui, en la isla de Tranqui. Brando es el símbolo del porvenir, de la ilusión y de la esperanza de aquellas aisladas islas (me confesó que de mayor quería ser "piloto de auto-carreras")

Mantuve amistosas charlas con el comandante Zúñiga, quien había estado alrededor de cuatro años en España inspeccionando la construcción de submarinos y que guardaba buenos recuerdos de España y del litoral mediterráneo.

Y sobre todo hice una muy buena amistad con el equipo médico: la Luisa (dentista), la Lya (matrona), la Ceci y la Teté (enfermeras), la Daniela (médico) y el Feña, mi amigo radiólogo. Reímos y charlamos varias noches en torno a un buen vino chileno.

Se me despidió del buque casi con “honores”. El comandante, Juan Pablo Zúñiga, después de un cálido almuerzo con el equipo de oficiales, me regaló una carta de navegación con las 337 millas recorridas. La cámara de sargentos me entregó una rabisa, que es un cordel hecho a mano que se cuelga al cuello con el silbato marinero, con un alto valor simbólico.

Después estuve tres días con Feña y su familia en Dalcahue quienes, además de regalarme su hospitalidad, varias botellas de licor artesano y unos calcetines de lana chilota, me sorprendieron con un curanto, la comida más popular de Chiloé. El curanto es casi un acto social donde se comparten los mejores frutos de la tierra chilota, es una elaborada combinación de milcaos y chapaleles (papas ralladas con chicharrones), mariscos y carnes que se cocinan con vino al vapor en un agujero en la tierra o en una olla. "No me siento extranjero en ningún lugar...donde haya lumbre y vino tengo mi hogar", canta Serrat.

Cuando revivo lo vivido en Chiloé descubro que ha sido el viajar fluido, el moverme muy ligero de equipaje, literal y metafóricamente, lo que me ha permitido vivir esta mágica aventura. La verdad es que tengo la sensación de haber nacido y renacido en Chiloé...

Vine a Chile para viajar a la aventura...y al lugar de la aventura viajé, sin rumbos ni destinos, porque como dice un proverbio japonés, "es mejor viajar lleno de esperanzas que llegar".

Vine a Chile a ser viajero y a implicarme sin prejuicios y no a ser turista. De hecho no me suelen interesar demasiado los "lugares turísticos".

Vine a enseñar y me he ido aprendiendo.

Vine a descubrir que caminar solo te ayuda a viajar contigo porque caminas hacia tu interior, porque escuchas a tu voz interior y porque te abres a la gente. Bien es cierto que la inmensa amabilidad y hospitalidad de los chilenos lo pone todo más fácil; nunca me he sentido tan cerca de lo mío estando tan lejos.

Vine a descubrir que viajar acompañado de uno mismo no es un viaje en soledad: todos deberíamos hacer al menos un viaje en la vida en solitario porque viajar solo curte el espíritu.

Vine a descubrir que fluir es una manera de llegar a la gente, de abrirte y de compartir.

En Chiloé he descubierto que viajar al azar es avivar la confianza en tu intuición y en tu corazón para que se conviertan en los timoneles de tus vivencias.

He descubierto en Chiloé que la buena suerte tiene mucho que ver con la decisión de seguir o de no seguir la estela de aquello que la vida nos ofrece en bandeja. La decisión de abrirte al mundo y de recibir las señales que se nos emiten es una actitud personal, es una elección que depende de uno mismo. 

Doy gracias a la vida por colocar en mi camino señales positivas y gente con buena onda. A la buena suerte debo mi determinación por seguir la hoja de ruta que el generoso destino me suele dibujar y que en esta ocasión ha hecho que que embarque en esta increíble aventura y surcar los canales de Chiloé en el caleuche Videla.



 

 

 












miércoles, 20 de agosto de 2008

Almas en Sevilla

Con el recogimiento del alma entre plegarias y sacrificios, el cuerpo deambula en solitario entre Los Negritos y la Fábrica de Tabacos de Sevilla. Cuerpo sin alma y sombra sin cuerpo, esto es Sevilla en Jueves Santo. También, infinita imaginería religiosa por todos los rincones y un silencio sepulcral como homenaje de los mortales, sólo quebrado por los redobles de tambores y el chillido de las cornetas. En Semana Santa, Sevilla se perfuma de incienso y jazmín y se viste de oro y negro, como señal de un distinguido y señorial duelo por la pasión y muerte de Cristo.












martes, 19 de agosto de 2008

ROMA

La estampa recoge el santo momento de trance espiritual entre mi amigo Javi y Sor Antonietta, una monja marianista camino a Roma.


jueves, 14 de agosto de 2008

Mi viaje a la isla de la Conciencia


Hace tiempo que me dedico a volcar en forma de campañas publicitarias mi visión del mundo. Viajo con publicidad imaginaria por escenarios irreales pero verosímiles. Quiero viajar a la isla de la Conciencia, con bofetadas de cruda realidad o con sutiles voces de optimismo.

La publicidad es persuasión y también disuasión, capaz de mover montañas y de movilizar a las gentes; ejemplos, mil. Viajo por el maravilloso mundo de la publicidad que puede hacer pensar, reir, soñar y sobre todo cambiar.

¿Qué es la publicidad sino un viaje maravillosamente creativo hacia la isla de la conciencia humana?











Algunas son creadas por mí; otras pertenecen a las mentes más creativas del planeta publicitario.