A las puertas del Museo Picasso en Barcelona, el gentío va y viene sin parar. El trasiego de vida es incesante en el carrer Montcada y el arte del genio malagueño se escapa por el empedrado del Palacio Aguilar. Gótico y Picasso se miran, se dan la mano y crean una atmósfera de sensaciones únicas que embriagan a cualquiera. Y entonces todo fluye mejor y se nos descubren postales eternas, imágenes universales, sin época ni lugar concretos. La clave: dejar que sea nuestra mente la que observe, nuestro corazón el que mire y nuestro ojos los que vean.
Eterna postal la de una pandilla donde la amistad pervive en nosotros aunque el grupo algún día se disuelva. Quizás ya no caminen a nuestro lado aquellos amigos de nuestro primer clan, pero lo que seguro que sí nos acompañará siempre es el recuerdo y lo que representó: dentro de nosotros viaja siempre el pandillero que un día fuimos. Porque, para bien o para mal, lo que hoy somos, algo debe a quienes fuimos en ese grupo. En pandilla buscamos o encontramos por vez primera nuestro pequeño gran hueco en la vida, más allá del que heredamos. Y porque fue en pandilla donde empezamos a escribir con mayúsculas las grandes palabras de la vida (Amistad, Sueños, Compromiso, Lealtad, Amor, Nobleza, Alegría, Ilusiones...y quizás también sus contrarias). Palabras que desde aquel entonces viajan con nosotros sea cual sea nuestro próximo destino.
1 comentario:
Conozco la calle y es como la describes. felicidads x escribir así y x las fotos, que son una pasada. Tiens arte xaval, muxo arte!!!!
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